jueves, 28 de enero de 2010

Las esperadas vacaciones



Después de un larguísimo año, con vicisitudes, sobresaltos, congoja y malos ratos, se asoma, incipiente, una esperanza de tranquilidad y armonía. A un lado dejo esos momentos de mucha oscuridad, a un lado dejo la tristeza con la que comenzó el año pasado. Este año tengo más cerca que nunca a mis hijos, los siento pegaditos y preocupados. Eso me hace muy feliz.

A pocas horas de la llegada de mis vacaciones, me pregunto si en estas tres semanas podré reordenar mis espacios, retomar mis hobbies y no quedarme en un estado de letargo que me ha estado rondando últimamente, no sé si es porque estoy muy cansada, pero llego a mi casa después del trabajo y lo único que quiero es tenderme en la cama con un vaso de bebida y ver algún programa entretenido en la TV. Siempre me ha gustado mucho dormir, soy como una marmota, como un perezoso, quisiera dormir, dormir y dormir. Entiendo que se pierden momentos únicos por estar tendida en tu cama, por eso espero entender que eso, que me recriminan y que nadie comprende, se compara con el placer de dormir.

Haré un esfuerzo en estos días para disfrutar de hacer lo que me gusta, para recuperar la pericia para hacer mis queridos mosaico, que no tomo hace meses. Volver a escribir mucho, pintar lo que no se pudo en su momento, salir con alguna amiga, disfrutar algunos días fuera de Santiago, no sé, no tengo nada claro aún de lo que haré para pasar un poco el calor, que aunque me encanta, a veces es asfixiante.

Por otro lado, no quisiera dejar sola a mi mamá por mucho tiempo, eso también me amarra algo a quedarme con ella. Me imagino que en algún momento tendré alguna diáfana idea para saber qué hacer. Acepto sugerencias.

martes, 19 de enero de 2010

Cariño malo

La mañana estaba fría, penetraba por sus poros un resuello gélido, hacía ya un tiempo el verano había terminado, pero parecía no querer irse y brindaba rayos de sol que seguían entibiando el ambiente, pensó que su alma triste se había vuelto un témpano y que en realidad la temperatura que sentía era la que de su dolor emanaba.

Caminó zigzagueante por la vereda desde su hogar, el rumbo que tomaría era incierto. Recordaba ese lugar con la nostalgia de los buenos tiempos y que ahora eran sólo una lejana evocación. Hacía mucho tiempo que ya no era un lugar seguro y acogedor, el lugar donde las caretas se caen, se había convertido precisamente donde debía usarlas, para no sentirse tan vulnerable. Magaly pensaba permanentemente en su culpabilidad, se preguntaba qué había detonado tanto odio, trataba de hacer memoria, pensaba en el momento preciso en que algo ocurrió, algo que se borró de su memoria, como un escudo protector, ese momento en el que Guillermo había empezado a detestarla, después de haber tenido por muchos años un verdadero hogar, donde crecieron sus hijos, Sandra y Manuel, donde el amor salía por la ventana, parecía respirar felicidad. Ese al que Guillermo añoraba llegar pronto para disfrutar con su mujer y sus hijos, en esa época, pequeños.

Hace 25 años, se habían conocido en una fiesta en casa de Arturo, amigo de infancia de Guillermo, ambos eran jóvenes alegres y llenos de proyectos. Magaly estudiaba Publicidad y Guillermo estaba a punto de graduarse de Abogado. Fue un flechazo de cupido que los cautivó en lo más profundo de sus corazones. Desde ese momento se hicieron inseparables, los unían pensamientos políticos y religiosos, ambos estaban en la edad en que se comienza a pensar en anidar, armar un hogar y tener hijos. Tenían largas conversaciones en casa de Magaly, miraban las estrellas y se proyectaban. Sus padres le tenían confianza y soñaban que su hija se casara con alguien como él, que le diera seguridad y felicidad.

Guillermo había perdido a su padre hacía pocos meses y casi sin querer el padre de Magali se convirtió en un gran apoyo, lo adoptó como un hijo más, con él vivió los momentos más difíciles de su duelo. En tanto las madres soñaban con un matrimonio lleno de perfumadas flores, con las personas más queridas de ambas familias y los amigos más cercanos. El vestido de novia lo diseñaron entre las tres, era un hermoso manto blanco que insinuaba apenas la silueta de Magaly, al entrar a la iglesia Guillermo quedó mudo al verla tan bella y radiante.

Tuvieron una hermosa luna de miel, enamorados y felices, disfrutaron del sol húmedo del Caribe. Se prometieron un amor inagotable, se juraron cultivarlo y alimentarlo a diario. Magaly prometió bajo esa luna enorme dejar todo para luchar por el bienestar de su familia, incluso dejar de ejercer su prometedora carrera en cuanto naciera el primer hijo. Como era de esperar, su primer embarazo fue recibido con gran dicha y cuando supieron que era una niña, empezaron de inmediato a prepararse para recibirla con toda la ternura que les provocaba la llegada de esa personita, fruto del amor que se profesaban. Luego de dos años llegó Manuel, quien fue recibido de igual forma.

A medida que los niños crecían, su hogar se iba adecuando a las necesidades de cada integrante, Magaly se sentía orgullosa de su marido y de sus hijos, se esmeraba en atenderlos, protegerlos y mimarlos, no extrañaba para nada su vida laboral. Ese ambiente armónico, lleno de cariño y preocupación, permitió que sus hijos crecieran seguros y desarrollaran todos los talentos otorgados. El rendimiento escolar de ambos fue óptimo, aunque Guillermo no estuvo de acuerdo con la elección que había hecho Sandra de estudiar Educación Diferencial, porque él pensaba que ella podría haber sido una distinguida abogada, como él, y soñaba con tenerla como colega, pero no le quedó más que aceptarlo. Tampoco su hijo había querido seguir sus pasos, aunque la carrera de arquitecto le parecía una mejor alternativa que la de su hija. Sandra le demostraría con el tiempo que haber estudiado lo que ella quería la había hecho estudiar con entusiasmo, ser muy buena alumna y luego excelente profesional, lo que lo hacía muy feliz.

Con esta vida sencilla y tranquila, Magaly ni siquiera se podía imaginar que algo perturbaría esta felicidad establecida desde el mismo momento en que pisaron esa casa, elegida por ambos, en el inicio de su relación. Ambos hijos no lo notaban, pero ella comenzó a sentir algo extraño, algo que no podía explicar. Su intuición le estaba avisando que algo no andaba bien. Pasaron un par de años con esta sensación, ella en ese tiempo no cuestionaba nada, sentía vértigo de sólo pensar que algo malo podía ocurrir. Guillermo ya no era el mismo de siempre, ya no le estaba yendo tan bien en su oficina, no era el hombre cariñoso al que estaba acostumbrada a esperar todas las noches, para conversar de sus hijos, su trabajo y tantas cosas en que se sentía cómplices. Llegaba más tarde con la excusa de quedarse más tiempo en el trabajo, para poder terminar todo en el día. En un comienzo le creyó, pero de a poco se fue dando cuenta que le estaba mintiendo. No sabía bien por qué, pensó que era probable que estuviera saliendo con alguien más, pues llegaba a casa con hálito a alcohol y ni siquiera le hablaba, no le permitía que le preguntara nada y se dormía de inmediato. La evadió por mucho tiempo, hasta que al no soportar más, lo encaró sin dimensionar lo que sucedería. Con mucho dolor le recriminó ese cambio de actitud, que la había hecho pensar en una infidelidad, le planteó también que pensaba que su reciente gusto por el alcohol era quizás el detonante de sus problemas en el bufete. La reacción de Guillermo fue tan inesperada como insólita: le prohibió que volviera a entrometerse en su trabajo y la culpó por lo que estaba pasando, diciéndole que debido a sus exigencias monetarias tan excesivas, se había provocado este descalabro financiero. La insultó y estuvo a punto de golpearla, pero se detuvo. Esa noche Magaly no pudo conciliar el sueño, no podía creer lo ocurrido, desconocía a ese hombre que amaba intensamente, que respetaba y admiraba. Pensando que era la real culpable de su cambio, la noche siguiente lo esperó con una cena especial, romántica e íntima, con la intención de disculparse con su marido y hacer las pases, pero la deliciosa cena se enfrió, las velas se consumieron casi por completo y la tristeza se instaló en la cara de Magaly. Esa noche no llegó a dormir, jamás había hecho algo similar, sin avisar. Lloró desconsoladamente, pues para ella, se había confirmado la teoría de una infidelidad. Equivocadamente, cuando Guillermo volvió al día siguiente a casa, sin afeitarse, ni bañarse, le restregó en la cara la gran irresponsabilidad que estaba cometiendo, el desinterés por su familia y su trabajo. Trató de indagar en los motivos reales que habían provocado tan drástico cambio, sin siquiera plantearse que algo horrible ocurriría. Por primera vez en casi 23 años de matrimonio, Guillermo la golpeó. Quizás la bofetada que recibió no fue tan violenta, pero la sintió como si un camión hubiera pasado encima de ella. Luego de eso, ya nada volvió a ser como antes. Tanto así fue que la violencia fue cada vez más frecuente y agresiva. Cada día que pasaba Guillermo se convertía en otra persona, irreconocible para su esposa y sus hijos.

En algún minuto pensó en volver a trabajar, pero se preguntaba si había algo que supiera hacer, que no fuera cuidar a su familia. En 23 años de dedicación exclusiva a las labores domésticas, cualquier actividad que hubiera realizado antes sería desconocida para ella. Pensó en irse con sus hijos, pero no se atrevía a volver a la casa de sus padres, no podía contarles lo que estaba sucediendo, estaba convencida de que le encontrarían la razón a él y la culparían por no haberlo cuidado como se debe. Obligadamente descartó esa posibilidad, no quedaba más que seguir soportando su calvario.

Hacía un par de años le había insinuado a una amiga, para ella su hermana, lo que estaba ocurriendo en casa. Carmen nunca pensó que era tan grave, supuso que eran conflictos típicos de las parejas, que pronto pasarían y volverían a ser alegres y cariñosos, como siempre. Conocía bien a Guillermo, los amigos seguían frecuentándose, salían a jugar tenis juntos e iban de pesca con los hijos. Magaly nunca antes había recurrido a ella cuando Guillermo la golpeaba, cuando las marcas en su cara y cuerpo eran muy visibles se encerraba en su habitación y se curaba en silencio y si alguien le preguntaba mentía diciendo que se había caído.

Esta vez había sido tan salvaje la golpiza, que no tenía otro lugar donde ir, sabía que era necesario acudir al hospital, por la magnitud de las heridas, pero sentía pánico que sospecharan y le hicieran algo a Guillermo, al fin y al cabo, el padre de sus hijos. Así es que encaminó con torpes movimientos, que intentaban ser pasos, a la casa de esa persona que había sido su cómplice en todas las andanzas de una juventud ahora lejana. No era la primera vez que le ocurría, pero Carmen nunca la había visto así, se tomaba la cabeza con ambas manos y daba vueltas por la pieza tratando de buscar alguna explicación a tan aberrante conducta. Instó a Magali a acudir al hospital, denunciarlo y pedir ayuda legal.

El daño que le habían provocado 6 años de maltratos y descalificaciones, en un matrimonio que para ella era la razón de su vida, era tan profundo que pensaba que ella era la culpable y que era impensable denunciar al padre de sus hijos, si así lo hiciera ¿Qué pasaría con su trabajo? ¿Qué dirían sus colegas? ¿Cuánto sufrirían sus hijos aún más que hasta ahora?. La respuesta a todas estas preguntas era no, un no rotundo y seguro.

Carmen decidió poner fin a la tortura que vivía su amiga, secretamente acudió a pedir ayuda, se acercó a la policía y preguntó qué se podía hacer para terminar con esta situación. El oficial de turno tomó su testimonio y le informó de el procedimiento formal que se debe realizar en estos casos. También le aclaró que esto era un delito, le aconsejó llevar a su amiga a que evaluaran sus lesiones a un hospital. A pesar de que Magaly se resistió férreamente a esa posibilidad, la elocuencia de Carmen la hizo recapacitar. Muy a pesar de ella se presentó ante la sala de urgencia del hospital: blanca, inmaculada, donde la purificación podía palparse, esa purificación era la que ahora necesitaba a borbotones. Allí recibió una atención deferente y cálida, sintió que la entendían, que la podían ayudar de verdad. La hicieron pensar en su integridad, en su irrenunciable derecho a vivir feliz, a vivir con la tranquilidad necesaria para poder recoger los trozos caídos de su familia. Curaron sus heridas físicas, las que dolían dentro de su corazón con más intensidad que las reales. A medida que descubrían más y más hematomas, rasguños, antiguas contusiones y magulladuras, la hicieron darse cuenta de que nadie que ame de verdad es capaz de hacer tanto daño a un ser tan cercano como ella lo era. Toda esa culpabilidad correspondía al profundo daño del que había sido víctima por tantos años. En ese lugar pudo darse cuenta que era muy probable que Guillermo se hubiera convertido en un alcohólico, recordó las veces que había llegado borracho a casa y ahora lograba entender que ambas situaciones coincidían, los golpes, el hálito a alcohol, la ausencias. Muchas de las veces en que la golpeó sin compasión, había sentido que estaba fuera de si, que era otra persona. Recordó los ojos de su esposo que cada vez que la agredía estaban fuera de su órbita, la miraban con una rabia inusitada, inexplicable. Lloró, lloró mucho. La facultativa que la recibió no pudo más que empatizar cariñosamente con Magali, le advirtió que si no denunciaba lo ocurrido tendría que hacerlo ella. La guió, la acompañó y se dirigió, sin que pudiera percibirlo, a estampar una denuncia por malos tratos, con su certificado bajo el brazo, donde constaba la magnitud de las lesiones, las que no tenían otra justificación, sino la mano de un agresor perverso, que había actuado sin la menor compasión hacia su víctima.

Esta doctora explicó este espantoso síndrome, el de la mujer golpeada, que muchas veces, de tanto temor hacia el agresor o de una ilusión sin bases, se retractan y deciden no seguir con las acciones legales. Luego de haber maltratado violentamente a quien dicen amar, comienza la mentirosa labor de pedir perdón, de jurar que nunca más sucederá, ella recordaba que Guillermo muchas veces lo había hecho. Entonces le sugirieron que saliera de su casa y se fuera con sus hijos a la casa de Carmen, quien la recibiría con los brazos abiertos y la trataría de convencer de no volver con él cuando la viera insegura, al borde de caer en las falacias de Guillermo. En un oscuro y frío día de mayo, Magaly tomó las mínimas cosas que tenía y se instaló en casa de Carmen con sus hijos. Por fin vivió tranquila y sin sobresaltos por algunos meses. Disfrutó más que nunca a sus hijos. Les pidió perdón por tanta violencia desatada y por haberlos arrastrado a tanta infelicidad.

Repentinamente, Guillermo volvió al ataque, la llamó incansablemente, la visitó con la excusa de ver a sus hijos. Le prometió un mundo de amor y condescendencia. Magaly soñaba que esto fuera cierto, imaginaba a su esposo volviendo a ser cariñoso y preocupado, añoraba volver a sentir la confianza que siempre le tuvo y ese inmenso amor que sentía mutuo.

Como era de suponer, Magaly flaqueó, dudó y finalmente accedió a los ruegos de su agresor. Volvió a vivir junto a sus asustados pero esperanzados hijos, a su casa, convencida de que Guillermo se había arrepentido de verdad y que ahora sería distinto.

Pasó los primeros meses sin altibajos, había vuelto a enviarle flores, a invitarla a ir al cine a disfrutar de alguna película romántica, volvió a besarla como antaño. Después de un tiempo, sintió que vivía en una tranquilidad extraña, como se siente en el aire cuando una tormenta se avecina, trató de no pensar ello, lo atribuyó al temor de volver atrás, a ese tiempo de amargura, recordó las muchas veces que le había pedido perdón y que con el paso de los días la volvía a agredir. Dentro de su corazón podía percibir cómo el ambiente se tornaba espeso, deseaba que esta segunda luna de miel no acabara, que el esposo cariñoso que la mimaba y cuidaba como antes, perdurara para siempre. Pero la intuición se volvió realidad, este idilio llegaba a su fin. Paulatinamente, comenzaron los insultos, los gritos, los zamarreos y las descalificaciones. Sintió nuevamente que ella era la culpable por haber vuelto a creer, sabiendo que esto ocurriría. Esta vez, se aseguró de no comentarlo con Carmen, por su lado Guillermo aprendió a no dejar marcas visibles de sus horribles actos.

Sandra y Manuel habían pensado que sus padres estaban de nuevo como ellos los recordaban de niños, esta situación los hacía sentirse seguros y felices. Ya eran grandes y pensaron que, de verdad, su padre había cambiado, estaban estudiando para ser profesionales, por lo que volvieron a sus actividades normales, sin percibir que algo andaba mal.

Sandra volvía de la universidad casi todos los días a almorzar con su madre o a estudiar con algunas compañeras, su carrera de Veterinaria la hacía estar permanentemente estudiando hasta tarde, encerrada en su dormitorio en el segundo piso, se conectada a su música con audífonos, para no despertar o importunar a su hermano ni a sus padres, no escuchaba lo que sucedía abajo. Las veces que llevaba a sus amigas, la casa estaba en completa calma, porque Guillermo se encontraba trabajando y su madre las atendía cariñosamente. Sandra no sospechaba que el sosiego nuevamente los había abandonado.

Manuel, por su lado, estudiaba Arquitectura, se sentía orgulloso de su padre, aunque a veces lo aborrecía por lo que le había hecho a su madre, pero como un hijo que adoraba a su padre, olvidó esos momentos. Eran sentimientos encontrados. A veces necesitaba creer que todo había sido una horrible pesadilla, que su padre era el hombre cariñoso y responsable, el que había admirado de pequeño. Siempre deseó ser como él, contarle de sus proyectos y demostrarle que era tan inteligente como él.

Pasaron algunos meses, la violencia volvió presentarse en su hogar y no contento con este aberrante escenario, Guillermo comenzó a beber desmesuradamente y sin ningún pudor, sin importarle sus hijos. Nunca había sucedido algo así, al menos dentro de la casa. Dejó de cumplir con los compromisos económicos de su casa, empezó nuevamente a no llegar a dormir, a no ir a la oficina que tanto trabajo le había costado montar. Las boletas de cobranza se sucedían una tras otra. Magaly no sabía que hacer, no se sentía útil en ninguna actividad. Ella pensaba que nunca saldría de su casa para ganarse la vida. Estaba convencida de que su matrimonio duraría hasta que ambos fueran muy viejitos y “la muerte los separara”.

Cada vez que estaba sola, Magaly lloraba casi como una actividad rutinaria, estaba atrapada, no veía ninguna luz que pudiera guiarla a tomar una decisión vital. Pensaba mucho en Carmen, pero no quería importunarla con los mismos problemas de siempre, sentía mucho temor de las recriminaciones que su amiga le podría hacer. Hacía tiempo que no hablaban, no contestaba sus llamadas, cuando la veía en su puerta simulaba no estar, para no verla, pues sabía que si se la abría o le contestaba las llamadas, se desbordaría llorando y no quería recibir la compasión o los regaños de su amiga.

Finalmente, decidió ella misma que resolvería este enorme problema de raíz, con inseguridad se acercó nuevamente a estampar una segunda denuncia, pero ahora no había marcas en su adolorido cuerpo, presintió que no lograría nada esta vez. Pidió que la asesoraran para poder dejar el hogar o para que él se fuera y poder vivir más tranquilamente. Decidió también pedir ayuda psicológica, porque sentía que ya no quería seguir viviendo y si no había intentado nada hasta ahora, era por sus hijos, pensaba que si los dejaba solos, este hombre podía hacerles más daño.

Carmen estaba verdaderamente preocupada por su amiga, decidió esperarla en la esquina de la casa, para seguirla e interceptarla. Intuía que no estaba bien, algo en su corazón le decía que la estaba necesitando. Esperó largas horas, pues Magaly salía muy poco, finalmente, la vio salir de la casa, mirar a ambos lados para asegurarse de que no hubiera nadie mirándola y no toparse con ella. De a poco se acercó, intentó que el encuentro pareciera casual, Magaly palideció cuando la vio, quiso salir corriendo, pero no pudo, se sentía clavada al pavimento, Carmen la abrazó, consiguiendo con esto que llorara con estremecedores sollozos, parecía que se había contenido por años. Con dulzura la guió hasta su refugio, el de ambas, le ofreció un vaso con agua, la dejó desahogarse sin interrumpirla, una vez calmada, Carmen le pidió que por favor le contara que estaba ocurriendo, insistiendo en que no la juzgaría ni le recriminaría nada de lo que dijera. Esa conexión que tenían desde siempre había hecho que Carmen la buscara y no se diera por vencida ante los desprecios que Magaly constantemente le estaba ofreciendo. La hizo prometer que nunca más volvería a desconfiar de ella, la hizo recordar los tiempos en que compartían todo, se contaban hasta los suspiros, la primera vez que habían besado, todos los problemas que para los adolescentes son tan graves. Rieron por largo rato recordando esos hermosos años, en que las grandes preocupaciones eran ellas mismas. Recordaron las fiestas de los matrimonios de ambas, los días en que juntas elegían el vestido de la otra. Carmen se había casado unos años antes que Magaly, con un amigo de infancia de Guillermo, Arturo, quien era un prestigioso abogado, especializado en temas civiles, quien tenía un bufete hacía años. Carmen le ofreció hablar con Arturo, contarle lo que estaba sucediendo con su amigo –con el que hacía poco tiempo había perdido el contacto- primero como amigo y, si eso no surtía efecto, como colega, como abogado. Magaly aceptó, rogándole que sólo le contara algunas cosas, sentía mucha vergüenza de haber permitido que los maltratos llegaran a este extremo.

A los pocos días de la denuncia, Guillermo recibió una notificación que debía presentarse en una fecha muy próxima a declarar. El día que recibió este documento, Magali ya estaba refugiada en casa de Carmen, por lo que tuvo que comerse la rabia y desahogarla con los muebles inertes que se le ponían por delante.

No tuvo otra alternativa sino presentarse el día y la hora consignadas, en ese lugar se encontró con Magaly de frente, la miró con desprecio y en ningún momento se dirigió a ella, era transparente para él.

Como abogado, él sabía que por su actuar podía ser condenado, pero también sabía que las penas no son tan altas y que con buen comportamiento y acatando la decisión del tribunal, podía salir de ésta sin ser tan perjudicado.

Lo que Guillermo no sabía era que Arturo sería el abogado de Magaly y cuando apareció por la puerta todas sus caretas cayeron pesadas al suelo, se avergonzó enormemente de que lo viera en esta situación, Arturo lo había llamado incansablemente para avisarle que representaría a Magaly y que no quería que esto lo tomara por sorpresa, pero no había respondido a sus llamados, por lo que decidió hacer como si no fuera su amigo. Junto a él venía Sandra y Manuel, con sus caras desfiguradas por el dolor y la vergüenza de tener que ventilar su intimidad ante personas desconocidas. En ese momento Guillermo sintió sobre su espalda el enorme peso de su culpa y de su insensibilidad en los últimos 6 años.

Al ver a sus hijos junto a Magaly se apoderó de él una pena profunda, vio como cuando un video retrocede, vio su vida hacia atrás, vio su casa desmoronarse, vio a su esposa envejecida, a sus hijos tristes. No pudo más que bajar la cabeza y arrepentirse de todo la herida sangrante que había provocado en su adorada familia. No tenía muy claro qué hacer, era orgulloso y no quería que nadie le dijera que hacer. Arturo lo conocía, sabía que sentía, lo tomó por la espalda y lo acompañó al lado de Magaly, la miró, tomó las manos de ella y las de sus hijos, se arrodilló y les pidió perdón, de verdad, de adentro. Reconoció que tenía problemas para dejar el alcohol, que no sabía cómo había empezado a beber y que cada vez lo hacía más frecuentemente, había llegado al límite de llegar borracho a trabajar. Había despedido a casi todos los empleados de confianza y ese mundo que había creado se desmoronaba, sin que él pudiera contener el desplome.

Reconoció que había sido infiel, no sólo por haber estado con otras mujeres, sino a lo más importante: a la promesa que hicieron al casarse, a ese compromiso que sinceramente habían realizado y que él había despreciado.

Accedió someterse a un tratamiento, sabía que su rehabilitación no sería fácil, sabía que la confianza no sería fácil de recuperar, Magaly tardaría algún tiempo en volver a creer en las promesas de su esposo. Todavía sentía amor hacia él, pero algunos cristales se habían roto y su reparación sería lenta. Tenía la esperanza de volver a ser una familia unida, pero es bien sabido que el cristal se puede pegar, pero jamás vuelve a recuperar su suavidad y su brillo. Los hijos pronto partirían a hacer sus vidas y debía proyectar cómo sería su vida nuevamente solos.

Había mucho que meditar, mucho que valorar, mucho que amar.

domingo, 17 de enero de 2010

Flores marchitas

Finalmente, vencieron. Hoy es un día de grandes contradicciones, decepción, rabia, desconsuelo, deja un sabor amargo, como si algo hubiera muerto. Debemos hacer un espacio para una profunda reflexión: ¿Qué ocurrió con un país completo lleno de esperanzas y sueños, feliz de conquistar la democracia? ¿Dónde está la memoria, la congoja de no saber que pasó con los desaparecidos de aquella dictadura?. Hay que recordar cuántas personas se hicieron millonarias con ella, entre otros el recientemente electo presidente, a costa de todas las garantías que existían y que el miserable eliminó.

Inexplicable tanta desunión, tanta inconsecuencia, tanta irresponsabilidad. Perder 20 años de libertad, de un desarrollo que aún está en pañales, de leyes sociales justas, de recuperar todo aquello que fue vendido, que era de todos y que ahora quedará en manos de uno pocos, como este señor que lo único que le faltaba adquirir era Chile completo. Dice que dejará de lado todas sus empresas, que ya no será un empresario, si no un "servidor público". Alguien puede creer que una persona que toda su vida ha creado una cantidad indeterminada de empresas, las dejará en manos de cualquiera. Es obvio que eso no es creíble, lógicamente las distribuirá entre sus cercanos, no sus parientes, sino entre sus socios, fuera y dentro de Chile. Jamás bajará su estatus, jamás dejará de bañarse en billetes. No dudará en legislar a su favor, a favor de los que tienen a manos llenas, los que no dejan que todas esas ganancias chorreen al pueblo, a los más pobres. La premisa es juntar y juntar ganancias para que nunca le falte nada a su familia y amigos. Me gustaría saber cuanto dinero necesita para vivir: ¿4, 5, 20 millones de pesos a la semana? Si sacamos la cuenta de todo lo que gana, supera con creces esas cantidades ¿en qué se puede gastar todo el resto, tantos y tantos millones?. Debe tener su vida asegurada a lo menos por 1.000 años ¿De qué conciencia social me habla?. Hace un tiempo atrás, utilizó información privilegiada para invertir en acciones, cuando lo descubrieron fue capaz de pagar $300 millones de pesos que sacó de su bolsillo, como quien da propina al cuidador de autos.

Todavía no me repongo del golpe, todavía no puedo creer que un par de estúpidos fueran capaces de entregar nuestro país a manos de un explotador, de un sinvergüenza. Si se hubieran quedado tranquilos, aceptando la decisión de la mayoría, esto no hubiera ocurrido. Entre ellos juntaban lo que le faltó a nuestro candidato para ganar, para poder seguir dando la estabilidad, tranquilidad y seguridad que estábamos consiguiendo. Su argumento es que ya llevamos 20 años en el poder, pero yo me pregunto, todo el daño que provocó aquel dictador ¿será factible de sanar en ese tiempo?, la respuesta es NO, ni en 40 años.

Es cierto que nuestro candidato no era del gusto de todos, del mío tampoco, pero si no había nadie más que reuniera las condiciones para hacerlo, teníamos que unirnos y confiar en que comenzaría una nueva era para mejorar lo que estaba cojeando, para buscar nuevas formas de progreso, no para los ricos, sino para la gente que no tiene posibilidades de mejorar su vida, para esos jóvenes que van perdidos por la vida sin que nadie los tome en cuenta y que finalmente se convierten en delincuentes, en pequeños rateros a quienes nadie les dio la oportunidad de desarrollar y explotar sus talentos, su inteligencia.

De verdad, espero equivocarme, sólo me queda tratar de confiar en que todo lo logrado no se arruinará, como las flores se marchitan cuando no se cuidan.

viernes, 15 de enero de 2010

Egoísmo


Cómo veo yo, cómo expreso yo, cómo vivo yo, cómo deseo yo, cómo subo yo, cómo bajo yo, cómo tengo yo, yo, yo, yo y siempre yo. Estamos viviendo en el mundo del yo, me sumo también a ese permanente yo, sería pretencioso afirmar que no estás dentro del mundo.

Siempre ponemos nuestros intereses por sobre los de los demás, nuestro parecer siempre es el correcto, nuestros análisis son siempre los mejores. Me pregunto entonces, dónde queda lo que no nos compete y, más aún, a quién le importa. Dónde queda la fortaleza con la que un pueblo entero tiene que luchar, contra un gigante, pequeños ante tanta destrucción, impotentes, por dónde empezar si no se sabe cuál es el principio y menos el final. En este apocalipsis, nos importa de verdad qué pasa con ellos o sólo necesitamos saber que nuestros compatriotas estén bien, que hay o no hay chilenos desaparecidos entre los escombros, que por cierto es importante, pero acaso esa certeza aminora en algo la desazón de tan brutal golpe.

Me rompe el corazón ver esas pequeñas vidas con sus ojitos empañados con tanto llanto, no entendiendo nada, tratando con ansiedad de reconocer sus madres, padres, hermanos y tantos otros amados, entre tanta gente que se mueve a su alrededor. Probablemente ya nunca los volverán a ver.

¡Qué podrá pensar un pequeñito que de un momento a otro su cruel paisaje se convierte en uno peor, de gritos, llantos, muertes, soledad, indefensión!. Otros, con la confianza de que la ayuda llegará y todo se resolverá. ¿Podrá finalmente ser así?. Mi mente no logra imaginar alguna estrategia para salvar de algún modo esa masacre. En los próximos días, se verá si bajo tanto escombro, algo de vida aún queda, si es así dónde recuperar esos malogrados cuerpos, dónde sacar agua, dónde, dónde, dónde, como volver a organizar un lugar que está casi completamente destruido. No lo puedo siquiera vislumbrar.

¡Qué más tiene que pasar para remecernos! ¡Dónde podemos pulsar la pausa para que todo este caos se detenga! Empezando por pensar en "tú", en "nosotros", tu dolor, tu llanto, tu desgracia, las nuestras. Devolver este horrendo destino a uno menos adverso. Que de una vez por todas las cosas sean de todos y para todos, que los trastocados valores de esta salvaje sociedad vuelvan a ser valores.

Dejemos de pensar... y ¿si me pasara a mi? Tarde o temprano nos pasará, no es necesario tener grandes conocimientos, está claro que este mundo no puede más.

jueves, 7 de enero de 2010

Desorden



Hace unos días, me senté en el living de mi casa, miré los muros decorados con los óleos pintados hermosamente por mi madre, la bella mesa del comedor, el florero copado con aromáticas y coloridas fresias, y me pareció estar en un cuerpo que no era el mío. Sentí que me observaba desde afuera, que cada acto que ocurría a mi alrededor no estaba guiado por mi voluntad. Es extraño, es una sensación de inestabilidad y desorden, que se instaló en mi.

Es tan irreal como si de pronto te vieras en la pantalla de un cine, sin haber estado jamás en una situación ni remotamente similar, como estar en un tiempo o una dimensión distintos. Pensé en un comienzo que estaba soñando, pero no, estaba bien despierta.

Era como si retrocediera en el tiempo y estuviera dejando todo preparado para algo, un acontecimiento, dejando todo listo para mi ausencia, como estar revisando un video de algo que pasó. Es un estado asfixiante, pero de paz, no es muy fácil de describir.

Tengo la sensación que me sucederá algo, que este año dejaré este mundo, no por voluntad propia. He estado pensando mucho en mi papá, lo siento muy cerca. ¿Me habré muerto ya? ¿Estaré en algún tipo de trance mórbido?

lunes, 4 de enero de 2010

Esperando a que me esperen...


Tantas muestras de cariño he recibido, que he reconsiderado la virtual muerte de esta aprendiz. Quise estar al nivel de muchos de ustedes, quise tocar las estrellas soñando que mis palabras eran inteligentes, agudas, creativas y sagaces. Al pasar del tiempo me di cuenta que la mediocridad me ha seguido toda la vida. Siempre soñé que publicaría un libro, una novela, estuve a un paso de hacerlo, pero alguien destruyó esa ilusión y la convirtió en algo que ahora para mi, es imposible siquiera de pensar en retomar, no recuerdo nada. Los personajes que en ella intervenían han muerto, se han transformado en tierra, en tierra árida que no me dice nada, que sólo es tierra... si al menos esa tierra tuviera alguna semilla, de cualquier cosa, escondida en su interior, podría volver a intentarlo.

Cuando acudo a alguna librería a mirar lo nuevo que ha salido, veo tantas y tantas creaciones magníficas que me siento tan pequeña e incapaz de realizar ese trabajo hermoso, ese que viaja desde tus entrañas hasta los dedos que se posan en este teclado silencioso y cómplice, donde escurre imparable la creación. Al abrirlos siento, con cada hoja que toco, el entusiasmo de volver a tentarme, de volver a llenar esa maldita hoja en blanco.

Costó trabajo convencerme de que este espacio es mío y que es alimentado por ustedes, los que con tanto cariño y generosidad dejan sus palabras. Cada estado de ánimo que tienen que soportar. Me percato ahora, de que aunque trate de detener ese alud de emociones e imágenes, se escurre entre los dedos y sale. No quería volver, me resistí por algunos meses a ese impulso, pero me ha batido, he tenido que rendirme. No sé cuánto de mi ha vuelto, tampoco sé si volveré con más o menos brío, pero hoy se me hizo necesario hablarles, contarles lo que me ha estado ocurriendo.

Gracias por el cariño.