miércoles, 20 de agosto de 2008

Valparaíso

Si me hubieran preguntado hace algunos años, mi opinión acerca de Valparaíso, hubiera dicho: "horrible, pobre, feo, sucio". Sólo Viña del Mar era hermosa para mi. ¡Cómo nos vamos sacando los velos de los ojos a medida que nos hacemos más viejos!, cómo los prejuicios se apoderan de nosotros, a veces, sin siquiera saber o conocer de lo que nos están hablando.

Me tomó la mano, sacó $280 para cada uno y me subió a un trolley, esos antiguos buses con "suspensores", con piso de madera, ¡¡nostaaaalgicos!!, algo venidos a menos ahora, pero simbólicos, que aún corren, casi nadie se sube a ellos, hay metro, miles de recorridos de micros, hay miles de medios para recorrer la ciudad, te hacen ver la belleza de lo que no se alcanza apreciar a la distancia.

Con ojos críticos y sin muchas ganas, con la idea de ir pronto a Viña, me subí a uno de esos, luego a una micro chica que volaba, recorrí sus cerros de la mano de un conocedor profundo del puerto, me mostró unas callecitas estrechas, de esas que tú no sabes si cabe o no un auto, pero no importa, porque la gracia es precisamente esa, preguntarte cómo lograron dibujar una arquitectura, un paisajismo tan complejo, tan bello, donde más encima vive gente.

Luego de subir por uno de esos míticos ascensores, el Turri, donde te da la impresión de que en cualquier momento te caes y ver por sus ventanitas la maravilla del cerro combinado con el mar, me fui sorprendiendo más a cada paso que dábamos. Llegando al Cerro Concepción, cercano al Alegre (mucho más célebre) me invitó a conocer el lugar dondo había vivido gran parte de su infancia, cerca del Paseo Atkinson, rodeado por casas inmensas y preciosamente mantenidas, con flores, pintadas con unos colores que jamás te imaginarías, luego de un recodo, aparece majestuosa aquella casa, que él veía gigante en su niñez, no tan grande ya, pero igualmente invocadora de aquellos años. Mi boca sigue abierta, al lado de esta casa hay ahora una tienda de ropa fina, tejida con lana de verdad, a mano, los precios son inalcanzables, pero la entrada a ese lugar no fue para comprar algo, sino para mostarme cómo era su casa, pues esta casa es idéntica a la que fue suya. Retrocedí en el tiempo, me lo imaginé chico, flaquito, andando en bici por aquel pasaje, corriendo por los pasillos de su casa, hermosa, con techos altísimos. De verdad hermoso.

Hemos vuelto a ir, muchas veces más, incluso pasamos el año nuevo del 2007 en la terraza de la oficina de su papá frente al muelle Prat, inolvidable, inexplicable, enmudecedor. Cada vez me muestra algo nuevo y tan sorprendente como los anteriores paseos, de noche Valparaíso es mágico, desde el tren puedes ver las luces de los cerros y soñar. Es romántico, acogedor, un poco peligroso en algunas partes, por eso mismo, nunca vayas sin compañía, menos aún si no lo conoces, pero de que tienes que ir, ¡¡TIENES QUE IR!!

2 comentarios:

Don Pepe dijo...

Ya grande conoci Valparaiso y me enamore, de sus cerros boluptuosos, de sus venas sacrificadas convertidas en callesitas, de sus naves pasajeras y de su gente alegre.

Mi Ser dijo...

Valparaíso de mi Amor...
que bien queda no?... aún con todo lo ingrato que ven ojos acostumbrados a estéticas y frivolidades... Pues en escencia es hermoso....tanta historia... tantas marcas en esa tierra con tanto que decir...

un Abrazo...
Mi Ser.